sábado, 19 de enero de 2013

#10

El aroma se mezclo con el ambiente cargado, no era un olor cualquiera, era su olor.
El olor a sabanas de hotel, el olor a mar salado, el olor de un siempre, el olor de un nunca.
Ese perfume tenía sus señas, su identidad, era la banda sonora de la mejor película con final triste, era el alias de aquel escritor que no quería fama, el tic-tac del reloj de pared olvidado, era todo y más.
Mejor dicho, era el todo y la nada, porque como el olor de aquel perfume, todo lo demás se esfumo con el viento.
Quién pudiese ser viento, o quien pudiese retenerlo.
Retener los segundos, que el tiempo fuese una variable con la que poder jugar, que los átomos se pudieran romper a capricho humano, que lo irreal se trasformase en real.
Y que al final la realidad solo fuese un juego, un engaño, una mentira necesaria para que no nos volvamos locos, ¿y quien nos dice que eso de la "cordura" tampoco era un engaño?
Pero la realidad, lo irreal, la cordura, la locura, se esfumaron con el viento, aquel que llevaba su olor, aquel que no permitía ser sometido.