domingo, 17 de febrero de 2013

#12

Indiferencia.
Aquellas doce letras le recorrieron la columna. La sacudida que le provoco la destrozó.
No sabía que quería, pero sabía que aquello no.
No deseaba su amor, no aguantaría su desprecio, no quería que la recordase, anhelaba que no la olvidase.
Le destrozaría saber que su sonrisa seguía en su cabeza, le rompería averiguar que había sido sustituida por otros ojos.
Aspiraba a un hueco en su memoria, lloraba al pensar que quizás él no seguía adelante.
Pretendía ser la persona que le diera significado a sus canciones.
Tentó a la fortuna, y está, caprichosa, le rompió su mundo, sus contradicciones.
Nada tenía, y nada se merecía.
Solo indiferencia, y confusión.
Nada sabía, nada entendía.
¿Qué quedaba?
La indiferencia se transformo en rencor, el rencor en dolor, el dolor solo llevó a la desesperación
Sin saber como aquel que gritaba a los cuatro vientos su indiferencia, susurraba su amor.

Y ella ya no podía más, desechó los sentimientos, se cansó de jugar con aquel veneno.
Se colocó un corazón artificial y se desprendió del real, o mejor dicho, acepto que el real lo tenía otra persona, un ser indiferente, que la amaba y la odiaba, que no sabía que sentía, que tenía el corazón en su mano derecha y era desconocedor de lo que llevaba.

Pero la vida continuaba, y ellos con ella, sin saber nunca a ciencia cierta que consecuencias tenían sus actos. Que cada acción tenía su reacción. 

sábado, 2 de febrero de 2013

#11

Era el sonido que calló un beso.
Era el beso que llevo al amor.
Aquel amor, llevado por una ilusión, por un hechizo, por un para siempre.
Su para siempre, su promesa.... su fallo.
Aquel fallo que cometería mil veces, era el dolor que anhelaba, las lágrimas que le sacaban la respiración.
Era su miedo, su amor, su dolor, su felicidad, le daba la vida y le acercaba la muerte.
Las lágrimas al borde del abismo solo podían reflejar su sonrisa, la cual, como el filo de un cuchillo rasgaba la noche, la luz, el sentido.
Aquel sentido que se derrumbaba al contacto con su piel.
Aquella verdad solo susurrada, aquella certeza lastimera.
Saber que su libertad quedaba reducida a la nada, que ni siquiera podía controlar su cuerpo, ella era la dueña de él.
Su felicidad atada a su sentir.
Se había enamorado de su peor pesadilla, se había atado a la arpía.
Su fin, su inicio.
Un para siempre era fácil de cumplir y acabar.
Se acabó.
La flor se marchitaba, como la vela se consumía, su para siempre terminó.
La arpía se convirtió en la que lloraba y mientras los sentimientos continuaban su danza macabra el fin de un juego daba inicio al siguiente.
Nuevas normas, nueva trama, mismo final.