sábado, 27 de abril de 2013

#15


Esa sensación volvía.
Cerró los ojos y se dejo llevar.
No era la primera vez que le sucedía y, sin duda, no sería la última.
No había nada que hacer, solo podía sentir.
Alzó la cabeza y abrió los ojos.
No reconocía la imagen que le devolvía la mirada en el espejo.
Veía reflejada la imagen de una chica pálida, con el pelo negro y la mirada vacía. Veía sus ojos verdes pero no tenían vida.
Se obligo a apartar la mirada de aquel espejo y mirar hacía bajo.
Cuando llego hasta su brazo fue consciente de cómo la sangre brotaba sin pausa, sin llegar a ver cual era la herida que la provocaba.
Soltó el cuchillo que llevaba en la mano y durante unos segundos se quedó inmóvil, como una muñeca de porcelana.
Cuando volvió en si se dio cuenta de que las lágrimas empezaban a surgir de sus ojos.
Casi sin fuerzas abrió el grifo para meter el brazo debajo de aquel chorro helador.
Sabía que no podía acabar todo ahí, quería que todo parase, necesitaba salir de ese atolladero de dolor.
Pero sabía que no podía, no por ella, sino por lo que pasaría si desapareciese.
No tenía ese privilegio.
Solo quedaba esos momentos en la soledad de su baño para sentir que era libre.
Libre de decidir su vida, libre de decidir su muerte.

2 comentarios:

HTR. dijo...

*snif*

La verdad es que, sin duda, no me esperaba leer esto en tu blog. No estoy acostumbrado a leer cosas escritas por ti con tal "brusquedad", sin embargo, es... precioso, digamos, a su manera, a la par que sombrío.

Es genial, al fin y al cabo.

HTR.

Yolanda Paredes dijo...

Muchas gracias :3